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  • Foto del escritorSebastián Ramírez

El café ya no es buen negocio

Por Sebastián Ramírez

Decía Jaime Garzón que hablar de crisis en Colombia era una redundancia. Esta afirmación no sólo es triste, sino cierta. En el caso que nos atañe, la crisis por la que está pasando la industria del café en Colombia se debe a problemas de raíz, cuestiones estructurales del mercado y de la forma en la que se está desarrollando la dinámica económica mundial. No obstante, más allá de arrojar simples cifras de sus causas, hay que describir la crisis desde la base.

Y para lograr dibujar este retrato nos fuimos a un sector cafetero que, cuentan sus habitantes, en otras épocas era ejemplo de esplendor y prosperidad. El Vergel es un corregimiento de Ansermanuevo, municipio del norte del Valle del Cauca. Está ubicado entre las montañas de la Cordillera Occidental colombiana. Si uno logra hacerse en un lugar relativamente alto puede ver en pleno las tierras verdes del Valle y, más al norte, las montañas majestuosas y azules detrás de las cuales se encuentra el lluvioso Chocó. El Vergel tiene un puesto de Policía, una escuela, una iglesia, una cancha, dos cantinas y una placita central. En el piso, a veces, la gente pone los granos de café al rayo duro del sol. Pero en El Vergel no hace calor a la sombra, es más bien un clima templado.

-Hace unos años amanecía muy nublado, pero eso ya casi no se ve -comentaba don Everth, uno de nuestros anfitriones.

Nos quedamos en una casa cafetera típica que quedaba a la orilla de la carretera. Tenía dos pisos, un balcón y tejas de barro. Los dueños son una pareja de esposos, don Everth y doña Luz Marina, que conocen muy bien la región. Él había sido empleado en Telecom y tiene una pelea larga con el Estado para obtener una pensión justa. Ella fue caficultora por muchos años y, aunque actualmente vive en Cartago, sube con frecuencia a El Vergel.

-Cuando lleguen a las casas, entren saludando y sonriendo -nos aconsejó doña Luz Marina-. La gente de acá aprecia mucho la amabilidad.

En el campo las personas tienen la percepción de que los bogotanos somos muy parcos, así que era prudente hacer caso. Conforme íbamos llegando a cada casa, saludando y sonriendo, nos ofrecían tinto, tinto solo o con limón o con aguaepanela. La gente de El Vergel, como toda la del norte del Valle, es mucho más parecida a la del Eje Cafetero que a la de Cali o la de los pueblos del centro del Valle del Cauca. Su acento es muy parecido al paisa y sus maneras son muy similares a las de los

risaraldenses y quindianos. Así, también, les gusta mucho comer arepa y los fríjoles les quedan riquísimos. Tal vez fue la comida una de las cosas que más extrañaré de El Vergel porque en toda la semana que pasamos allá no hubo un solo plato que no me gustara.

Uno de los mejores almuerzos a los que asistimos fue en la casa de Henry, uno de los vecinos más allegados de doña Luz Marina y don Everth. Hicieron un sancocho con aguacate que recordaré toda mi vida. Además, aprovechamos para que Henry, más temprano en la mañana, nos mostrara su finca.

-Bajen de lado -nos dijo, mientras caminábamos entre los cultivos de café-. La gente siente mucha pena, pero es lo mismo si yo fuera a pasar un semáforo en la ciudad. No estoy acostumbrado.

Henry explica las cosas con la candidez y la paciencia que debería tener un profesor de primaria. Pone los granos de café en la gruesa palma de su mano, nos explica: “este está muy verde, este ya está pasado, viejo, este sí está maduro y listo para escoger. Y este se nota que tiene broca”. La broca es una plaga muy conocida entre los caficultores. Es parecida al gorgojo, se mete dentro de los granos y los va agrietando. La broca ha provocado pérdidas gigantescas para grandes y pequeños productores de café. También está la roya, que no es otra cosa que un hongo. Afecta a las hojas y se manifiesta como un polvillo naranja en el envés. Henry nos muestra algunos ejemplos, mientras quita las hojas enfermas con el cariño con el que se acaricia a una mascota pequeña.

Pero el problema más grande al que se tiene que enfrentar Henry es la falta de rentabilidad del café. Según los cálculos de algunos dirigentes cafeteros la paga por 125 kilos de café es de $688.000, y se estima que la producción de la misma cantidad cuesta $780.000. Es decir, quienes se dedican al cultivo de café están perdiendo casi $100.000 por cada 125 kilos. Es un mal negocio. Para ser sinceros, cultivar café en Colombia en este momento es botar la plata.

Cuando uno le pregunta a Henry por qué sigue en un negocio que no es rentable él responde que es por puro amor y porque en su finca de ocho hectáreas tiene otros cultivos que le permiten vivir bien. Henry es el dueño de esa propiedad porque sus hermanos, unos prósperos negociantes en Cali, le ayudaron a comprarla. Henry tiene de todo plantado, café, naranja, cilantro, mango, limón, plátano, cacao y decenas de frutas más. Yo no había probado el cacao nunca y Henry nos destapó uno. Saborear una fruta por primera vez es como besar a una desconocida.

“Pregunten”, nos dice Henry, “a la gente le da pena preguntar y eso no debería ser así”. Henry conoce cada sabor, cada aroma y cada nombre de los árboles y las matas que se alzan en su finca. Parece el guía de un museo. Camina a largos trancos con la mirada alta y los ojos fijos. Su cara tiene gestos alegres, vivaces. Nos muestra lo fácil que es coger café, pero lo duro que es cargar el peso de lo cosechado cuando ya se ha recogido harto. Nos enseña las chapolas (las plantas del café más jóvenes) en el almácigo (la huerta en la que se ponen todas esas plantas). Y las mira como a niños

pequeños que recién aprenden a caminar. Cuenta historias y chistes con la energía del sermón de un cura.

-Yo antes trabajaba en esa finca de allá, la que queda enfrente de la casa de Luz Marina -nos dice, señalando.

Además, asegura que ser caficultor y propietario de una finca es muy duro, pero no tanto como administrador de finca. En La Esperanza, la finca que señala Henry, ahora trabaja un nuevo administrador, que se llama Víctor. Él es, por supuesto, menos extrovertido que Henry, pero igual de dispuesto a hablar con uno.

-Lo más difícil es el personal -cuenta.

El problema con coger café no se remite sólo a la rentabilidad del negocio, sino que ya casi no se consiguen personas que quieran hacer un trabajo tan duro por un jornal de $40.000. Los habitantes de la región se quejan constantemente porque los muchachos ya no quieren trabajar en el campo sino que están siendo empleados por empresas ilegales dedicadas a los préstamos gota a gota.

La profunda crisis que atraviesa el café también genera que la gente deje de cultivarlo. Es una inversión perdida, riesgosa. Los dueños de las fincas de café están quitando los palos para sembrar aguacate o cacao o para sembrar pastizales inmensos y poner reses de vaca, que requieren menos inversión y menos trabajadores.

-Antes había como treinta fincas, pero ahora sólo quedan cuatro -explica Víctor.

Un dato que es muy diciente y muy desalentador circuló en los medios por estos días: según parece, en sólo 18 meses se erradicaron cuarenta mil hectáreas de café. La situación es tan preocupante que ya hay líderes cafeteros que mencionan una “crisis humanitaria” debido a los bajos precios de los sacos de café. Pero, todavía hoy, unas 540.000 familias dependen del cultivo de café y esperan una pronta solución por parte del Gobierno, de la Federación Nacional de Cafeteros y de los consumidores.


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